“Las previsiones de futuro
son claramente urbanocentristas. La población de las ciudades ha superado por
primera vez a la población rural y se calcula que los habitantes de grandes
núcleos son ya el 55% del total, estimándose que para 2050 alcance el 68%”
Countryside: Future of the World, a collaboration between Guggenheim and
AMO / Rem Koolhaas examines radical changes transforming the non-urban
landscape opens Fall 2019.. Image Courtesy of Guggenheim
Las previsiones de futuro
son claramente urbanocentristas. La población de las ciudades ha superado por
primera vez a la población rural y se calcula que los habitantes de grandes
núcleos son ya el 55% del total, estimándose que para 2050 alcance el 68%. Bajo
este panorama, las ciudades -que, aunque en superficie representan un
porcentaje inferior al campo – necesitan de vastos paisajes rurales e industriales
para satisfacer sus necesidades. Londres, por ejemplo, demanda 293 veces su
superficie para producir los alimentos, la energía, las materias primas y el
agua que consume.
Estas circunstancias han
animado a intelectuales de la talla de Rem Koolhaas a centrar sus esfuerzos en
estudiar el medio rural, cuya transformación en un espacio relativamente corto
de tiempo es mucho más profunda que las de las ciudades, aunque haya pasado
relativamente desapercibida.
La mirada de Koolhaas sobre
lo rural habla de un posthumanismo, de un campo totalmente tecnificado, limitado
a satisfacer las necesidades de consumo de las ciudades y generando un nuevo
paisaje donde el hombre ha quedado relegado a un segundo plano. El campo se ha
convertido en el patio trasero de bloques de viviendas y rascacielos.
La visión sobre la que se
está organizando el medio rural es un tanto alarmante, lejos de los valores humanistas
sobre los que surge la arquitectura, siendo esta la única de las artes que nace
considerando las necesidades del hombre. El panorama que se prevé poco o nada
tiene que ver con estos valores. A día de hoy, el destino del campo quedaría
definido por urbanitas que buscan en él un refugio donde huir de las
contaminadas ciudades o una mina de la que extraer los recursos que se devoran en
la urbe.
Es necesaria una
transformación que solucione la alarmante situación que sufren nuestros medios
rurales, despoblados, olvidados y utilizados, donde las personas que realmente
lo habitan no cuentan a la hora de dirigir su presente y planificar su futuro.
Esta actitud acrecienta la
terrible realidad que el campo padece desde hace años. Este verano asistimos de
nuevo al calcinamiento de tierras y recursos mientras se culpa al cambio
climático de un desastre cuyo origen está en la inacción política y el abandono
paulatino por falta de oportunidades reales. Es necesario revertir esta
situación en su origen. Hay que acabar con la visión tutorizadora de ciertos urbanitas,
que han pretendido ”proteger el territorio” sin considerar a las personas que lo
habitan. Contar con ellos sería el primer paso para empezar a gestionar los recursos
forestales y agrarios de manera sostenible, manteniendo los bosques limpios y
sanos gracias a los usos tradicionales, dinamizando una economía maltrecha que
se niega a vivir de la temporalidad dictada por los urbanitas.
El desarrollo sostenible pasa
por la reactivación del campo y de sus gentes. Este medio tiene futuro. En
nuestras manos está decidir con que mirada lo construimos: una mirada
posthumanista y deshumanizada, donde lo rural es solo una parcela de la que
continuar detrayendo recursos; o una mirada simbiótica, que construya relaciones
de proximidad entre quienes viven en el campo y los que se abastecen de él en
las ciudades, disfrutándolo para su ocio ocasional. Solo hay una elección
posible: el equilibrio sostenible que sea beneficioso para todos.