Cómo combatir el ‘efecto sartén’ o isla de calor en las ciudades
Imagen 1: Sánchez-Guevara
et al.,2017
Imagen 2: Obtenida en: ``Manual de diseño bioclimático urbano.
Recomendaciones para la elaboración de normativas urbanísticas`` Página 117 normativas urbanísticas`` Página 117
El universo de la saga Mad
Max dibuja ciudades deshumanizadas en un entorno postapocalíptico desértico,
donde la supervivencia humana se dirime en aisladas ciudades entre una extrema escasez
de agua y la posesión (y quema) de combustibles fósiles.
Como buena distopía, Mad
Max recurre a la exageración propia del cine. Sin embargo, no hace falta llegar
tan lejos para encontrar un consumo inapropiado de recursos naturales y un
entorno urbano que tiende a hacerse más hostil para el ser humano a medida que aumenta
el fenómeno de la ‘isla de calor’, también llamado efecto sartén.
Las ciudades modernas están
configuradas en su mayoría por elementos inorgánicos, donde la presencia
vegetal es insuficiente para las necesidades actuales. Durante el día, el sol
actúa como fuente energía radiando sobre estos materiales, que atrapan el calor
al modo de una batería térmica para soltarlo en horario nocturno. Cuando el sol
desaparece, el cielo juega un papel determinante en el enfriamiento de la ciudad,
porque la bóveda celeste actúa como sumidero medioambiental, eliminando la
energía acumulada a través de la radiación infrarroja. Pero para que la energía
se disipe de forma efectiva se necesitan unas condiciones ambientales muy
específicas que no se dan en la mayoría de los lugares. Aquí es donde surge la
isla de calor.
La ausencia de
sombreamiento natural (arbolado) y de espacios húmedos (jardines, estanques,
fuentes, láminas de agua), así como el uso de materiales con altísima capacidad
de retención (metálicos, asfaltos bituminosos) hacen que las ciudades sean
incapaces de disipar todo el calor acumulado. Ello provoca una diferencia de
temperatura respecto a las zonas no urbanas de entre 2 y 3ºC, con diferencias
puntuales de hasta 10ºC según la época y el entorno estudiado.
Este incremento de
temperatura no es homogéneo, dado que las periferias se benefician del frescor
del entorno natural. Del mismo modo, no es lo mismo vivir cerca de un gran parque
o de un río que frente a una carretera asfaltada de varios carriles.
Un nuevo urbanismo
Lo que esta experiencia
demuestra es que la planificación urbana y arquitectónica es absolutamente
determinante a la hora de reducir y evitar la isla de calor, efecto que tenderá
a agravarse según se aceleren el calentamiento global y el cambio climático, que
provocan cada vez temperaturas más extremas.
La naturación de los
entornos urbanos, el sombreamiento natural o artificial de las zonas de
tránsito público, la creación de pasillos verdes arbolados o la reducción del
espacio destinado al asfalto y al coche privado -en paralelo a un uso masivo de
energías renovables para reducir el consumo de combustibles fósiles
responsables del efecto invernadero- ya se han demostrado como estrategias
válidas para amortiguar la isla de calor. Vegetación, agua, ventilación natural
y uso de materiales que reflejen la radiación son determinantes para mitigar el
sobrecalentamiento.
Igualmente, en la medida en que los motores de combustión fósiles y las calefacciones son, junto a la construcción y operativa de los edificios, las mayores fuentes de emisión de partículas contaminantes y de CO2, es el momento de replantearse la planificación urbana en un triple aspecto: la movilidad, los usos y la edificación sostenible.
En cuanto la movilidad, es esencial privilegiar modos de transporte colectivos e individuales rápidos, baratos y eficaces; una eficacia que proviene no solo de una planificación adecuada y de un estudio intensivo de las necesidades de cada zona, sino de que las autoridades públicas promuevan la coexistencia pacífica entre el peatón, el vehículo rodado (público y privado) y la bicicleta o el patinete. Es imprescindible, además, prestar atención a la intermodalidad, la posibilidad de dotar al transporte colectivo de espacios (plazas reservadas, parkings, intercambiadores) que permitan ‘saltar’ de un modo a otro (del tren al autobús, de la bici al metro, del autobús al metro) de forma rápida y segura.
En lo que respecta a los usos urbanos, tenemos por delante el reto de acabar con el urbanismo compartimentado actual. Dividir la ciudad en zonas residenciales, de trabajo y de ocio comporta un flujo diario inasumible de desplazamientos masivos. No se trata de evitar las zonas de oficinas ni los polos de atracción que, por sí mismos, pueden generar sinergias positivas; ni de autorizar industrias pesadas a la vera de zonas residenciales. La apuesta es permitir un mix de usos razonable en condiciones de salud y seguridad, incluyendo aquí la posibilidad de modificar las calificaciones de suelo (de terciario a residencial, de industrial a oficinas o una mixtura de los mismos) sin tener que padecer por ello una burocracia imposibilita cualquier respuesta a nuevas necesidades en tiempo útil. Hablamos, en definitiva, de una nueva urbe que se acerque a la ciudad de los 15 minutos.
La edificación sostenible es, por último, la piedra sobre la que pivota el conjunto del sistema. Si correcto es plantearse la necesidad de naturización, de creación de oasis urbanos que combatan el efecto sartén, la prioridad es un cambio de reglas que prescriba una arquitectura y un urbanismo realmente sostenibles. ¿Cómo? Estableciendo un objetivo de sostenibilidad, emisiones y demanda energética para cada actuación, teniendo en cuenta la procedencia de los materiales, su ciclo de vida y su circularidad. Solo con edificaciones pasivas que aprovechen las características ambientales de cada lugar (tanto en obra nueva como en rehabilitación, otra herramienta capital para la homeostasis urbana) podremos alcanzar el ideal que llamamos ‘ciudad sostenible’.
Cartuja Qanat
Las perspectivas climáticas
nos obligan a repensar la ciudad para transformarla -desde el urbanismo y la
arquitectura- en un lugar resiliente al aumento de las temperaturas. Ciudades con
temperaturas extremas en verano como Sevilla están tomando la iniciativa,
desarrollando prototipos urbanos para un contexto no muy lejano donde las
temperaturas en espacios exteriores de 44ºC (no tan lejos de Mad Max) se conviertan en habituales, con los efectos para la salud que ello conlleva. Prototipos
como Cartuja Qanat, un laboratorio urbano para la creación de sumideros
medioambientales, deben de ser el ejemplo a seguir por diseñadores y
legisladores a la hora de implantar modelos escalables que reconfiguren el
espacio público para que este sea habitable y confortable.
No es necesario que las
temperaturas extremas se conviertan en la norma en ciudades de clima
tradicionalmente suave como Oviedo, Gijón, San Sebastián, La Coruña o Santander
para reconocer el problema. Es cuestión de voluntad responder a las necesidades
del presente para adelantarnos a lo que está por venir, sea cual sea el futuro.
Si la sostenibilidad es mucho más que ponerle árboles y plantas a un edificio,
la responsabilidad debe ir más allá de señalar los problemas. Es el momento de
desarrollar las soluciones y de ponerlas en práctica con urgencia, mucho antes
de que la distopía nos alcance.